Preguntas: uso pero no abuso

27 ene 2009

Los adultos utilizamos mucho el recurso de las preguntas para hacer hablar a los niños, pero e sun recurso que tiene sus limitaciones. A veces las preguntas no son la mejor manera de propiciar una expresión más rica y estructurada por parte de los niños, pues tienden a favorecer las respuestas cortas o de oraciones parciales. Con frecuencia conviene usar expresiones menos directas, más desdibujadas: "Me parece que..., No me acuerdo si..., Pienso que..." porque llevan a los niños a formular enunciados más complejos que las preguntas directas.

Es conveniente partir de la propia expresión espontánea del niño, evitando los modelos fijos. Aprender a dejar fluir la conversación en la dirección que desea el niño, saber escuchar y adaptarse, reprimir la inclinación natural e introducir información adulta y ordenar las intervenciones, no adelantarse a lo que el niño intenta decir.

El niño debe sentir que el adulto tiene un deseo sincero de comunicarse con él. Por eso la importancia de las preguntas abiertas cuyas respuestas no sean conocidas por el adulto. Si se le pregunta ¿de qué color es este coche? El niño podría contestar: ¿Para qué me lo preguntas si tú lo sabes? (el niño, lógicamente, se siente evaluado). En cambio, si frente a dos coches, rojo y verde, el adulto pregunta: "¿Cuál es el color del coche con el que quieres jugar?. El adulto no conoce la respuesta que va a dar el niño, pero si éste contesta :"con el verde" e inmediatamente lo hace correr, tenemos la comprobación indirecta, a través de una situación natural, del conocimiento del niño.

Si notamos alguna dificultad en la comunicación se puede intentar lograr un mejor ajuste basándose en las características del llamado "baby talk" caracterizado por un ritmo del habla más pausado, una mayor expresividad en la entonación y en la mímica natural, una intensidad vocal algo más alta, mayor referencia al contexto, mayor repetición de los enunciados y eventual simplificación del lenguaje cotidiano.

Adaptación de un extracto del libro "La hora de juego" de Ana María Soprano.

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